LA REALIDAD DE UN PAÍS: Crece el consumo de segundas marcas, con el fin de llegar a fin de mes, Cada odisea económica relatada constituye diferentes caras de un mismo cristal
El ascenso de los precios en los comercios precipitó a miles de argentinos a incursionar en el tedioso arte de llegar a fin de mes. Algunos tienen la suerte de lograrlo, otros lo arañan, y muchos tantos ni siquiera alcanzan a culminar un período mensual con un dinero en el bolsillo. Razón por la cual los ingenios de subsistencia son infinitamente variados y pueden constar en reducir la cantidad de productos a comprar, sacrificar algún “lujo” o lo que resulta peor aún: hay quienes optan por comer una vez al día.
Según la especialista, crece “la inclinación a segundas y terceras marcas, o acudir a mayoristas, o los que hacen changas van comprando lo que necesitan en el día”. Un nuevo accionar de los consumidores, del cual Marcela puede dar fe al estar de los dos lados del mostrador, puesto que es dueña de una verdulería en la ciudad de Córdoba.
La mujer reveló que “cuando vas al mercado de abasto para comprar la mercadería, ya no te alcanza para traer mucha variedad. Llevás la misma plata que hace unos meses atrás y traés la mitad de la mercadería de aquel entonces”. En ese contexto, la comerciante reconoció que “las ventas están flojas y sacamos para el día a día. Somos una familia de tres integrantes y compramos lo esencial. La carne se volvió un lujo que consumimos cada vez menos”.
Por su parte, Karina es el sostén de sus dos hijos, cuidando a personas doce horas diarias. Ella dejó en claro que en su situación “es muy difícil. Ir al súper muchas veces y traer la mitad, porque todo subió de la última vez que fui, que fue hace dos días. Por eso voy cambiando de marcas, y otras cosas, como perfumes para pisos y cositas que eran gustos, los deje de comprar. Las salidas ya son más controladas”.
En ese afán de “estirar el sueldo”, la joven confesó que “en todo lo que puedo achico, desde sacar el abono del celular, hasta consumir leche en polvo para las nenas, porque rinde más y nos la dan en la escuela. Después, para viajar, uso la Sube de mi mamá, que es jubilada y tiene descuento, sé que está mal y no se debe, pero, si no, gasto $130 por día para viajar ida y vuelta al trabajo. Además, ropa nueva no les puedo comprar a mis hijas, por eso busco usadas en buen estado en las ferias”.
Por si fuera poco, existen realidades más extremas y crudas, como, en primer lugar, la de Claudia. Ella es madre de tres hijos, dos de los cuales son mayores de edad, y junto con ellos y su esposo recién se sientan a la mesa a la hora de la cena para comer. La mujer trabaja bajo el Programa Potenciar Trabajo, pintando escuelas, calles y clubes, entre otras tareas. A su vez, elabora productos de panadería para venderlos. En tanto, sus seres queridos recolectan cartones, y cuando surge una oportunidad su marido realiza tareas de albañilería.
A pesar de semejante esfuerzo, la madre de familia reconoce que “llegamos arañando a fin de mes”. En su caso, Milagros prepara con harina y agua las tortillas que, acompañadas con mate cocido, almuerza, y también hacen lo propio su mamá, su hermana y su sobrino, en el barrio Argüello, en Córdoba. La cena es a las 19, y comprende un guiso de arroz o fideos. En este sentido, Mili reflejó que “la mitad de la pensión de mamá es para medicamentos, con la otra mitad pagamos la luz, el agua, la cuota de la casa, y tenemos que elegir entre comer o pagarlos”.
Cada odisea económica relatada constituye diferentes caras de un mismo
cristal, que es la complejidad de llegar a fin de mes, a pesar del
esfuerzo diario que ni siquiera logra alcanzar la corrida de los precios
de los bienes más necesarios.
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